16 enero, 2014

Poder superior

Hace algunas décadas,  las familias median su riqueza por la cantidad de hijos varones, depositarios del apellido de los ancestros.  Los hombres de la casa tenían más posibilidades en todo: educación, trabajo y diversión. Francisca era la primer y única hija de los Barrón, a la que seguían cinco hermanos. Que el varón tuviese ese poder superior era lo que la enervaba. Ella estaba destinada a casarse o en su defecto sería monja. Cualquier otro destino le estaba vedado. Aprendió a tejer, bordar, cocinar y atender a sus hermanos mientras crecían y la superaban en poder, hasta que llegó la guerra. Uno a uno la Patria se los fue tragando, devolviéndoles únicamente una medalla y una carta. El menor de los Barrón, Enrique, fue liberado de dicha obligación para ser el sostén y la continuación de la familia. Pero empobrecidos por la devastación, Enrique enfermó de tuberculosis y por primera vez Francisca descubrió que para ser superior se debe perder algún derecho a cambio. La balanza nunca tiene los platillos equilibrados y un fiel inmóvil. La vida siempre se cobra lo que nos da.

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