16 junio, 2011

Algunas palabras pueden resonar eternamente…

Tus ojos estaban más celestes que nunca y me mirabas fijamente a la cara con una expresión firme. Tus palabras en tanto sonaban suaves, pausadas, dulces.
Había tenido mi cabeza sobre tu espalda.
Había escuchado los latidos de tu corazón, como en otros momentos, sin que te dieses cuenta, solamente apoyada, como al descuido.
Y sabías que debías decirme lo que pronunciaste, porque era la única forma de que entendiese.

No había comprendido el “Conformame”, no quise razonar el “Haceme caso”.
Pero cuando pronunciastes esas tres frases, creí que un rayo atravesaba mi cuerpo, rompiendo mi alma en trozos.
-“Hija, Papá se muere”. “Hija, Papá se va”. “Dejame ir, no me retengas”.
Y por primera vez en mi vida sentí que las manos que me había sostenido de chica, las mismas manos que me levantaron del suelo en aquel accidente, las que me sujetaron en mi vals de los quince años, las que cuidaron y protegieron a mis hijos…. esas manos me soltaban y pedías que yo hiciese lo mismo, para poder partir.

Y tuve que aceptar porque te amaba.
No se si supiste que una parte de mi alma te acompaño.
En esas últimas horas, me legaste las enseñanzas que me faltaban y aportaste en mí una fuerza que desconocía que tenía.
Todo sucedió esa noche, en la que intentabas ponerte de pie, una y otra vez.
No sólo los árboles mueren de pie, también algunos hombres de buena madera.

A mi padre, Tomás Stanziani
1/1/1927 – 28/05/2011

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