24 abril, 2011

Incinerando pecados


El humo de la chimenea del fogón mostraba voluptuosas olas de calor y ceniza. La leña parecía no ser la cantidad suficiente aunque la carne chirriaba en la parrilla sobre las brazas. Su frenética actividad no le había dado descanso desde las primeras horas de la madrugada.
Una ráfaga de viento le envolvió de humo la cara. En la mano derecha asía un atizador y debió limpiarse con el reverso de la mano izquierda el sudor de la frente.
Colocó un par de leños de quebracho por si se quedaba sin brazas. Una nueva brisa le trajo el olor de la carne aún jugosa a su rostro y le provocó aversión. Cerró la puerta metálica del fogón para no sentirlo. Estaba mareado pero la adrenalina lo mantenía despierto.

La imagen que se apoderó de su memoria, fue el momento en que la llamó para verla, para estar juntos. Unas palabras de amor, en el oído de una jovencita, eran suficientes para tenerla. Y ella vino creyendo en un amor no correspondido. La noche se hizo corta entre el alcohol y el sexo, hasta que su cuerpo quedo exhausto y su  mente aturdida, por eso le propuso un nuevo juego. Colocó el polvo blanco sobre un espejo, lo preparó y le ofreció. Pero no se movió y lo miró fijamente mientras él lo inhalaba. Cuando la convidó por segundad vez, ella imitó sus actos. Un repentino calor en todo su cuerpo la excitó, sus pupilas se agrandaron y sus pulsaciones latían desbocadas.
Para un jugador, cuanto mayor es la apuesta mejor es el juego… hasta que se pierde.
Y la noche se hizo más negra y el silencio más profundo. Y el pecado de tenerla muerta a su lado por su culpa.  Sólo el deseo furioso de borrar esas horas, de que ella desaparezca, de que todo esto nunca existió. Por eso trozó el cuerpo, por eso compró la leña, por eso tanto humo… sólo está incinerando pecados.

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